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Universitas-XX1, Revista de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador,
No. 42, marzo-agosto 2025
la potencia de la movilización, en buena medida, radica en la permeabilidad
de sus fronteras, es decir, la capacidad de interpelar y afectar tanto a quienes
allí se convocan como a quienes se tornan testigos de su acontecer. De allí,
el valor de las intervenciones artísticas como vía de enunciación política, en
tanto recursos expresivos (Scribano, 2009) que interpelan no solo a quienes
se cuentan dentro de la manifestación, sino también a quienes la observan.
La segunda dimensión, referida a la relación cuerpo-espacio, cobra cen-
tralidad en el registro experiencial de las/os marchantes. La Marcha es vi-
venciada como una suerte de profanación temporal, en tanto interrupción de
un cotidiano anudado a situaciones de hostigamiento policial en el espacio
público: “Transformar, por lo menos por un rato, estos espacios que están vi-
gilados. Podés darte el gusto de pasear por el centro, en la Marcha, tocando
un redoblante, cantando con tus amigos” (Lucas, 28 años). En las coordena-
das témporo-espaciales que inaugura la acción colectiva, permanecer en la
calle se torna ocasión de disfrute, de liberación y celebración, en contrapo-
sición al temor y la aprensión experimentados el resto del año. En el plano
biopolítico, los mecanismos de control de las emociones operan como estra-
tegias de desmovilización y temor, tendientes a la reproducción inercial de
las relaciones de poder y a desalentar las opciones de transformación (Va-
lenzuela, 2019). En este sentido, la irrupción de esta protesta juvenil no solo
desestabiliza los regímenes sensibles cotidianos, sino que, además, empuja
los límites de lo prohibido, lo sancionable y lo temido. Asimismo, los des-
pliegues afectivos que suscita habilita la proliferación de nuevos sentidos
acerca del espacio público. A pesar de la exposición que puede suponer la
ocupación del espacio, los cuerpos en la calle expresan terquedad y persis-
tencia, insisten en estar allí. De inicio, esto implica una reconguración de
los sentidos subjetivos con que previamente se ha in-corporado el espacio de
la calle, especialmente del centro de la ciudad. La posibilidad cercenada de
habitar libremente el espacio céntrico constituye el núcleo de la demanda de
esta acción colectiva. Así, marchar congura un acto performativo que torna
efectiva la satisfacción de esa demanda en el registro experiencial. Esto úl-
timo pone de relieve la potencia de la herramienta-cuerpo como constructor
de signicación social que, en este caso, comporta además una resignica-
ción de los sentidos espaciales.
De la mano con lo anterior, la tercera dimensión se reere a la experien-
cia colectivizada en la calle. Las prácticas que hasta aquí hemos descripto,
no constituyen maniobras escenicadas en soledad, por el contrario, conti-